
Con unos índices de popularidad en horas bajas, una inflación acuciante y un grave problema de inseguridad en las calles del país, el gobernante venezolano, Hugo Chávez, atraviesa uno de sus momentos más preocupantes. El 2 de diciembre la voluntad popular detuvo la Constitución socialista pretendida por el caudillo, un paso más hacia una dictadura asentada en barriles de petróleo. Desde entonces, el presidente de Venezuela ha dado continuas muestras de desesperación. Sus planes para conquistar todos los resortes del poder se han frenado momentáneamente y su influencia en la zona parece haber alcanzado un límite. Chávez sabe que atraviesa un momento crucial y que es preciso un golpe de efecto que reconduzca su liderazgo. Quizá una guerra.
La estrategia de este dirigente estrafalario se ha caracterizado siempre por la provocación y el insulto gratuito. Está ávido de enemigos, obsesionado con fabricar una amenaza exterior que sirva para unir al país bajo el patriotismo fanático y que proporcione una salida a un régimen que ha empezado a morir lentamente.
Chávez necesita una guerra y no quiere esperar a tener un motivo. La incursión ilegal del Ejército colombiano en territorio ecuatoriano para matar a Raúl Reyes, número 2 de las FARC, ha servido de pretexto para desplazar a cinco mil militares a la frontera.
Hasta el momento, la comunión ideológica entre el caudillo venezolano y las FARC le había servido a Chávez para manejar los tiempos en una zona cada vez más inestable. Sus contactos con los guerrilleros facilitaron la liberación de algunos secuestrados y le permitieron sacar pecho ante la comunidad internacional. Ahora, la policía colombiana dice haber descubierto documentos –en posesión de Reyes- que delatan la financiación de Caracas a los narcoterroristas y el apoyo encubierto del presidente ecuatoriano Rafael Correa, apadrinado por el petróleo venezolano. De ser ciertas las acusaciones, delatarían la intención de Chávez y sus socios de desestabilizar a su vecino mediante el patrocinio de secuestros y asesinatos, lo cual no es especialmente sorprendente. Todos ellos, terroristas y dirigentes de la órbita chavista, parecen salidos de la misma ciénaga ideológica: la izquierda más apolillada e irracional, implacable para alcanzar el poder aunque para ello deba pervertir los principios que dice defender. Una guerra abierta en la zona sería una enorme tragedia para todos excepto para Chávez y su proyecto anacrónico. Es su última esperanza para asirse al poder durante décadas.