
Además, en el terreno de juego no sólo Al Fatah y Hamás disputan el partido. También Irán y Siria, con su cobertura a los islamistas, y EEUU financiando a los herederos del rais ocupan el tablero. Los primeros saben que el nuevo panorama les asegura una posición de fuerza en la zona y el control sobre el territorio en el que habitan 1,4 millones de palestinos. Se trata de un territorio blindado por Israel, pero garantiza una base de operaciones para atacar al Estado hebreo y generar un poderoso foco de conflicto, cuando la situación lo requiera. Para los segundos, EEUU, el momento actual empeora profundamente la política en la zona: elementos de Al Qaeda ganan peso en la franja, donde convive una mayoría suní con los adeptos al terrorismo chií patrocinado por Teherán y Damasco. Un hervidero que guarda demasiados parecidos con Irak.
Es, en definitiva, una muy mala noticia para las esperanzas de paz en la zona. Especialmente para un pueblo desahuciado y vapuleado que se enfrenta a una catástrofe fratricida. Serán también tiempos complicados -aún más- para Israel, que se enfrenta a posibles estrategias combinadas en varios frentes (Hezbollah y Siria desde el norte, Hamás desde el suroeste, e hipotéticas ofensivas desde Cisjordania, al este).
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