
La escenografía bushiana está tocada de muerte. Muy pocos creen ya en su interpretación alucinada de la realidad y todo lo que le rodea se desmorona por momentos. Aún queda más de un año de su segundo mandato, y sin embargo muchos de los que cimentaban su gobierno han salido corriendo antes de comenzar el curso político. El primer cadáver político fue Colin Powell, máximo representante del softpower en una Administración ultraconservadora. En 2006 le seguiría Andrew Card, asesor del presidente para Irak, y meses más tarde caería Donald Rumsfeld, uno de los guías espirituales de los neocon americanos e inspirador de su política exterior ofensiva, quien abandonó tras la victoria del Partido Demócrata en las elecciones al Congreso.
El último en dejar en la estacada a George W. Bush fue su amigo y "abogado" Alberto Gonzales, el fiscal general. El hispano que más lejos ha llegado en la Administración estadounidense no pudo soportar su propia imagen pública, salpicada por escándalos como la purga ideológica en las fiscalía de EE.UU. o la máscara de legalidad diseñada para encubrir Guantánamo y las escuchas ilegales a sus conciudadanos. Entre Rumsfeld y Gonzales otros muchos han abandonado la nave: Karl Rove, asesor especial del presidente; Paul Wolfowitz, ex presidente del Banco Mundial; y John Bolton, ex embajador ante la ONU. Y detrás de cada dimisión, Irak. La ocupación y la catastrófica estrategia de posguerra constituyen el eje sobre el que gira la política de Bush desde 2003.
La retórica simplificadora y la mentira al servicio de un ideal superior -según la ideología neocon- le sirvieron en un principio, pero los ataúdes de soldados se amontonan y los atentados siguen siendo devastadores. Pocos hacen caso ya a la jerga del presidente. En su última visita sorpresa a Irak, ha dicho que las tropas empezarán a volver a casa si los "éxitos" continúan. Evidentemente no existen tales éxitos. La guerra ha sido el gran fracaso de sus gobiernos, el punto más caliente de la agenda internacional que se enquistará por muchos años. Bush lo sabe pero nunca lo reconocerá y por eso seguirá disfrazando su agonía con nuevos engaños. Sabe también que en poco más de un año de acoso demócrata, podrá irse a descansar a su rancho de Texas.
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