
“Estoy guiado por una misión de Dios. Dios me dijo, `George, ve y lucha contra esos terroristas en Afganistán´. Y yo lo hice, y luego Dios me dijo `George, ve y acaba con la tiranía en Irak´. Y yo lo hice. Y ahora, de nuevo, siento las palabras de Dios viniendo a mí, `Ayuda a los palestinos a conseguir su estado y a los israelíes a conseguir su seguridad, y lleva la paz a Oriente Medio´. Y por Dios que lo haré”.
Estas palabras, atribuidas al presidente de EE.UU. George Bush durante una conversación con varios ministros palestinos, revelan hasta qué punto las creencias irracionales han determinado en los últimos años la política exterior, un terreno particularmente pragmático, de la potencia más poderosa del planeta. La responsabilidad no es sólo de Bush o del Partido Republicano, sino que existe una tendencia que también se manifiesta en sus adversarios. El factor religioso es ya un requisito imprescindible para llegar a la Casa Blanca, y así lo han potenciado candidatos como Hillary Clinton o John Kerry.
El semanario británico The Economist abordó en noviembre la creciente influencia de la religión en el escenario internacional, una situación de la que, por el momento, Europa parece mantenerse al margen. Aunque el origen de este renacimiento religioso podría encontarse en los años 70, ha sido en los primeros compases del siglo XXI cuando los credos han pasado a un primer plano, un fenómeno azuzado por un sinfín de circunstancias sociales y económicas que han añadido nuevas coordenadas a la relación de fuerzas en el mundo. ¿Es éste el resultado del derrumbe de las ideologías?
Quizá esta cuestión tenga mucho que ver en el auge actual de las creencias religiosas, que se extienden con aliento renovado. En los siglos XIX y XX las ideologías -religiones laicas- ocuparon el lugar que los códigos espirituales disfrutaban hasta entonces, aunque en muchos casos sobrevivieron y se combinaron con los nuevos modos de pensamiento. Más tarde, el fracaso estrepitoso de los discursos más radicales, que no consiguieron transformar la sociedad ni alumbrar al Hombre Nuevo, sumieron en la decepción y en la anomia a muchos individuos. Ni siquiera el libre mercado, con sus defectos y virtudes, ha podido ocupar el vacío ni desarrollar su proyecto de un modo absoluto, restringiendo su influencia a un área concreta y obstaculizando la incorporación del mundo en desarrollo.
Las religiones no son filosofías nocivas. Al contrario, contienen un mensaje profundo que anima a fortalecer la convivencia entre los pueblos y la solidaridad y que llena de esperanza a una gran mayoría de individuos. Sin embargo, la Historia nos ha demostrado que su simbiosis con la política y el poder ha desembocado demasiadas veces en derramamiento de sangre. La introducción de las creencias religiosas en la agenda de los mandatarios políticos no contribuye al entendimiento entre las naciones, ya que su carácter dogmático e irracional hace pensar en un enquistamiento de las posturas más radicales y en una degradación de los valores básicos de convivencia democrática. Las sociedades modernas han de proteger la pluralidad religiosa y la libertad individual para cultivar la fe, pero no deben adentrarse en el terreno de la superstición.
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