
La renuncia de Castro a la presidencia cubana ha abierto un nuevo período histórico en la isla, sumida en un siniestro paréntesis desde 1959, y congelada en el tiempo desde el inicio de la década de los 90. Los corresponsales de la prensa internacional en La Habana aseguran que el cambio no se aprecia en las calles. Los ciudadanos afrontan el relevo casi con indiferencia y asumen que el régimen continuará, encarnado ahora en una nueva generación de tiranos. Medio siglo de dictadura acaba por malear la conciencia colectiva, en una sociedad en la que más de dos tercios de sus componentes no han conocido otro gobierno que el de Castro.
Sin embargo, algo parece haberse movido en la isla desde que, en julio de 2006, el ahora “compañero Fidel” anunciase su paso a un segundo plano y otorgase al mando a su hermano Raúl. El discurso oficial ha admitido la necesidad de plantear algunas reformas "estructurales y conceptuales" y muchos cubanos han expresado las inquietudes de un pueblo sujeto a prohibiciones caprichosas, responsables en gran medida del empobrecimiento del país. El 18 de febrero de 2008 abrió la puerta a un tiempo de esperanza en el que se afrontarán cambios políticos y económicos. Pensar en una transición a la democracia puede ser excesivamente optimista, pero los nuevos dirigentes de la dictadura tendrán que asimilar la iniciativa privada como respuesta a algunos de los grandes problemas de los cubanos, en sectores como los servicios o las infraestructuras.
Muchos analistas plantean un modelo económico inspirado en el desarrollismo chino, y presidido por un férreo control ideológico. Lo que es de esperar es que ese aperturismo económico acabe redundando en una mayor libertad política. Cuba no es China, y su situación geográfica le enfrenta a la entrada constante de ideas e influencias democráticas. Ahí es donde el régimen totalitario podría empezar a resquebrajarse.