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martes, febrero 12, 2008

Ciber-disidencia



La tecnología se ha convertido en un serio problema para los totalitarismos. Internet y las cámaras digitales son hoy el soporte más eficaz para la difusión de ideas, sobre todo para aquellas que tienen que sortear el escrutinio paranoico de los dictadores. La revolución de azafrán birmana supuso la consagración de este nuevo método de denuncia, capaz de atravesar el mundo en cuestión de minutos. En el caso de los monjes, el asunto ocupó portadas durante 10 días antes de desfallecer, víctima de la tiranía de la sobreinformación. Imponerse a la creciente capacidad de nuestra sociedad para deglutir imágenes es complicado, pero la tecnología ofrece la posibilidad de conquistar minutos y páginas en los medios de comunicación. Permite retratar lugares inaccesibles, conocer de primera mano un acontecimiento y publicar la información sin coste alguno. Además, obliga a la comunidad internacional a tomar partido.

La última manifestación de este fenómeno ha sacudido el cobarde aparato de represión castrista. Las quejas de los universitarios ante la visita de uno de los gerifaltes de la dictadura han llegado a los informativos de las televisiones de todo el mundo y a las páginas web. Cualquier ciudadano del mundo libre ha podido ver como algunos valientes empiezan a hartarse de que el reloj de su país esté detenido desde 1959, por capricho de un régimen asesino, capaz de anestesiar las esperanzas de los cubanos. Internautas y telespectadores han constatado la inexistencia de argumentos, el cinismo extremo de un sistema alienante, anacrónico, que esquiva las respuestas porque no hay justificación moral. Admitir que los cubanos son rehenes de una dictadura acorralada, que se resiste a morir y que les condena a la miseria, no es políticamente correcto. Ni siquiera para las tiranías.

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