cuadernodeanalisis.blogspot.com

sábado, agosto 19, 2006

EL ENEMIGO EN CASA


El caso del Reino Unido, donde la presencia islámica es muy importante, evidencia el grado de simpatía de una nada desdeñable porción de la población musulmana inmigrante hacia movimientos fundamentalistas, así como el pobre compromiso con los valores del país de acogida.

Un estudio elaborado en julio por el GfK NOP Social Research señala que aunque el 49 por ciento de los musulmanes reconocen al Reino Unido como su país, un 30 por ciento desea convertirlo en un estado islámico y más de un 45 por ciento cree que el ataque a las Torres Gemelas es producto de un complot americano-israelí. Otro dato espeluznante: el 31 por ciento de los jóvenes musulmanes británicos cree que los ataques del 7J en el metro londinense estaban justificados por la intervención del país en la guerra de Irak.

Según Clifford D. May, presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias, unos 16.000 musulmanes británicos participan en actividades terroristas o las respaldan, y considera que unos 3.000 han pasado por campos de entrenamiento de al-Qaeda.

Y otra opinión. La de Melanie Phillips, periodista británica, que explica en su libro "Londonistan" que la capital inglesa se ha convertido en “la fábrica del terror islamista de Europa, el lugar en el que primero se fraguó al-Qaeda a partir de grupos radicales dispares hasta convertirse en un fenómeno terrorista global".

CHOQUE DE CIVILIZACIONES


El derrumbe del bloque comunista y el final de la Guerra Fría han dado lugar a un nuevo escenario geo-político, tan inestable o más que el que desaparecía en 1989 con la caída del muro de Berlín. El mundo árabe, uno de los tableros en los que americanos y soviéticos movían ficha silenciosamente, se ha convertido hoy en un avispero engordado durante años por el fundamentalismo. El mundo es hoy un lugar mucho más peligroso.

El triunfo de las doctrinas religiosas extremistas, patrocinadas por el wahhabismo oficial de Arabia Saudí y por los regímenes autoritarios musulmanes para -entre otras cosas- distraer a su opinión pública, han conseguido levantar un nuevo muro entre Oriente y Occidente. La multinacional del terror diseñada por Osama bin Laden sirve hoy, para un sector amplio, de bandera panmusulmana desde Rabat hasta Jakarta, enmascarando al jeque como guardián de las esencias y la pureza del Islam. También de la dignidad de los desfavorecidos frente a las políticas occidentales.

Una encuesta elaborada por el periódico marroquí L'Economiste, arroja datos escalofriantes acerca de las inclinaciones de los súbditos más jóvenes de Mohamed VI. El 44 por ciento no considera a Al Qaeda como una organización terrorista. Una postura que podría ser el resultado de las políticas sauditas para extender el wahhabismo y la jihad por todo el norte de África y también en España y Europa, a través de la construcción y financiación de mezquitas desde Madrid hasta Islamabad. Todo ello se suma a la situación de pueblos desesperanzados, que buscan una vida digna al otro lado del Estrecho. La pobreza y la frustración, unidas a la propagación de una ideología del odio, han sido muchas veces compañeras de viaje a lo largo de la Historia. Siempre con consecuencias desastrosas.

IDEOLOGÍA DEL ODIO


La publicación -primero en el diario danés Jyllands-Posten, más tarde en otros rotativos europeos e incluso en el jordano Shihane - de una serie de caricaturas que representaban la figura del profeta Mahoma, ha servido de excusa al mundo islámico para emprender una nueva ofensiva contra Occidente, que han querido disfrazar de un falso victimismo.

Los lemas esgrimidos por los asaltantes de las embajadas de Suecia, Dinamarca y Chile en Damasco no dejan lugar al equívoco: 'Ningún Dios más que Alá, y Mahoma es su profeta'. Toda una declaración de principios y respeto interreligioso. El mensaje deja ver con claridad la amenaza de una ideología del odio alimentada por los gobiernos de la zona, a miles de kilómetros de distancia de los cánones de tolerancia y pluralidad de Occidente.

En el mundo libre ya han surgido voces, desde los medios de comunicación hasta los círculos políticos, que piden respeto a este tipo de dogmas religiosos. Pero, ¿realmente debemos tener en cuenta directrices arcaicas que en la mayoría de los casos chocan frontalmente contra los derechos humanos, contra la democracia y la libertad de expresión? ¿Son todas las culturas igualmente respetables?