
La publicación -primero en el diario danés Jyllands-Posten, más tarde en otros rotativos europeos e incluso en el jordano Shihane - de una serie de caricaturas que representaban la figura del profeta Mahoma, ha servido de excusa al mundo islámico para emprender una nueva ofensiva contra Occidente, que han querido disfrazar de un falso victimismo.
Los lemas esgrimidos por los asaltantes de las embajadas de Suecia, Dinamarca y Chile en Damasco no dejan lugar al equívoco: 'Ningún Dios más que Alá, y Mahoma es su profeta'. Toda una declaración de principios y respeto interreligioso. El mensaje deja ver con claridad la amenaza de una ideología del odio alimentada por los gobiernos de la zona, a miles de kilómetros de distancia de los cánones de tolerancia y pluralidad de Occidente.
En el mundo libre ya han surgido voces, desde los medios de comunicación hasta los círculos políticos, que piden respeto a este tipo de dogmas religiosos. Pero, ¿realmente debemos tener en cuenta directrices arcaicas que en la mayoría de los casos chocan frontalmente contra los derechos humanos, contra la democracia y la libertad de expresión? ¿Son todas las culturas igualmente respetables?
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