
El último caso, el del ex-espía Alexander Litvinenko, envenenado hasta morir con material radiactivo (supuestamente polonio 210), es el último nombre de una larga lista de periodistas y opositores liquidados o encarcelados. La tragedia ha hecho revivir a Europa los tiempos de la Guerra Fría y le ha permitido ver de nuevo los dientes afilados del líder ruso. Y es que las averiguaciones de Litvinenko inquietaban al Kremlin desde hace años. Desde sus informaciones acerca de falsos atentados organizados por el servicio secreto (FSB) que le costaron la vida a unas 300 personas y se atribuyeron a los terroristas chechenos, hasta la sombra del Gobierno tras el asesinato de la periodista Anna Politkovskaya.
Mientras, la comunidad internacional mira para otro lado ante los modos expeditivos del presidente ruso, obsesionado con garantizar la perpetuidad de un régimen que es de todo menos democrático. Un sistema que no admite críticas ni entiende la libertad de expresión, mientras forma parte del G-8 o es una de las cinco naciones con derecho a veto en la ONU. Sin embargo los modales de Putin no sacan de sus casillas a los líderes occidentales. Rusia tiene gas, petróleo, carbón, uranio y mucho poder. Una razón de peso.