
La disciplina implacable de los partidos políticos no deja oxígeno a la iniciativa personal, ni a la originalidad o la disparidad de opiniones. Se buscan aduladores, borregos, profesionales del escaño y gente dispuesta a dejarse pisar la cabeza sin rechistar.
La Constitución Española exige que el funcionamiento y estructura interna de las organizaciones políticas "deberán ser democráticos". Sin embargo, los adalides del sistema constitucional nos sorprenden regularmente con sus decisiones totalitarias (I, II, III). Ocurre en todas las organizaciones que no reparan en medios para acaparar el poder y beneficiarse de él.
Esta descomunal maquinaria no favorece en nada la agilidad y flexibilidad para reaccionar ante las adversidades. Existen demasiadas cuotas de poder e intereses. En el caso del Partido Popular, sumido en una estrategia condenada al estancamiento desde el triunfo de Rodríguez Zapatero, no se percibe ningún indicio que haga pensar en que algo está cambiando en el corazón del partido. Y las cosas deben cambiar, si el objetivo es regresar al poder y ofrecer una alternativa sólida al conjunto de la sociedad española. Mariano Rajoy, líder moderado y eficiente orador, debe abanderar una transformación profunda y guiar a un partido que necesita escapar hacia el futuro, que ha de reconocer sus errores valientemente, asimilar los golpes del adversario y construir un discurso renovado.
El presidente popular ha repetido en numerosas ocasiones a lo largo de la campaña electoral de 2007, que la organización que dirige sigue la estela de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy. EL PP intenta aprovechar el tirón de los líderes conservadores europeos pero carece del halo "renovador" de sus colegas alemanes y franceses. Con un ex-presidente del Gobierno -José María Aznar- empeñado en satisfacer sus deseos de venganza y unos "hombres fuertes" -Ángel Acebes y Eduardo Zaplana- más interesados en mantener su cuota de poder que en el bien del partido, los populares parecen abonados a la oposición y a la inmovilidad. Se han dejado guiar por líderes de opinión que decantan sus posiciones hacia la parte más fundamentalista del electorado conservador. Una estrategia que refuerza su núcleo duro pero que aleja cada vez más a votantes potenciales menos significados políticamente. No es lógico que ante la acción irresponsable y sectaria del gobierno socialista, la derecha española no tome ventaja.