
Los ataques del 11-S les dieron carta blanca para reorganizar el mundo y adaptarlo a las necesidades estratégicas de los Estados Unidos. Se iniciaba entonces una nueva era de confrontación, una vez reducido a polvo el bloque comunista, y el nuevo escenario brindaba la excusa perfecta para extender la hegemonía planetaria de la superpotencia. Especialmente en el ámbito energético, ante un panorama de crisis acuciante.
El resultado de esa hábil toma de posiciones en la Administración Bush se traduce hoy en Irak, el ejemplo más notorio de la agresiva política internacional de los neocon y también la ciénaga putrefacta en la que sus promotores se ahogan poco a poco.
La acaparación de recursos por la fuerza -petróleo y gas-, con la excusa del terrorismo islamista y la imposición de la democracia a modo de franquicia, ha resultado ser un suicidio político. Y lo que es peor, un avispero sin resolver que marcará el destino de Irak y del resto del mundo para las próximas décadas.
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