
La última ofensiva terrorista, en el Reino Unido, ha sido frustrada por las fuerzas del orden. Los islamofascistas no han alcanzado su objetivo final: el asesinato masivo e idiscriminado. Pero han logrado parte de su cometido: llevar el miedo y la inestabilidad al corazón de Europa. De pronto, las tácticas de terror empleadas en Bagdad se utilizan junto al supermercado en el que compramos el pan. Podemos acostumbrarnos a ver imágenes de muerte y destrucción en Irak, pero no en nuestras calles.
Las autoridades hacen que cada día sea más complicado atentar en Europa o Estados Unidos y sin embargo, los fundamentalistas se cuelan por las rendijas. Muchos de ellos ya están entre nosotros. Se han criado en nuestros sistemas de educación y algunos han ido a nuestras universidades. El modelos multicultural no ha cuajado, si nos referimos a la convivencia entre la comunidad musulmana y la occidental, y la falta de integración, junto con la propagación de las ideas radicales, ha incubado un odio fanático en determinados sectores.
Ahora la lucha sigue, y todo hace suponer que quedan muchas batallas que librar. Dentro y fuera de nuestras fronteras. Las estrategias y mentiras de los neoconservadores de EEUU han azuzado, con la invasión de Irak, las reacciones de los fanáticos. El panorama ya era de por sí complicado, pero el devenir de la política internacional -estadounidense fundamentalmente- en los últimos cinco años lo ha enredado todavía más sin que la espiral haya tocado fondo aún.
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