
El miedo es una de las armas más antiguas y poderosas para someter la voluntad de los individuos. Pertrecharse tras amenazas externas, reales o imaginarias, ha dado carta blanca a regímenes y a grupos políticos de todos los colores a lo largo de la Historia. Lo vemos en los partidos nacionalistas y su repudio a un invasor inventado, destructor de la cultura autóctona. También en las dictaduras comunistas de medio planeta, para quienes el capitalismo, la religión o los derechos individuales suponían una peligrosa plaga. Los nazis se valieron de un artificial contubernio judío y comunista para blindar su ideología del odio y el fundamentalismo islámico acusa a Occidente de reducir la moral a escombros y subyugar al mundo árabe.
El llamado "mundo libre" no escapa a estas estrategias. El miedo a nuevos ataques terroristas tras el 11S, justificado en mayor o menor medida, ha mantenido hasta hoy a George W.Bush en la Casa Blanca, quien ha aprovechado la psicosis de sus compatriotas.
Pero sin duda su homólogo ruso ha sabido valerse más eficientemente de esta situación. Rusia no es la cuna de las libertades y nunca ha disfrutado de un sistema político con garantías, al estilo de Europa o EEUU. Eso ha permitido a Vladimir Putin perpetuarse al frente del Kremlin recortando los derechos de los ciudadanos. Si Bill Clinton empleó el eslogan "Es la economía, idiota" como la simplificación de la labor de un buen gobierno, el líder ruso parece inclinarse por el miedo como base de la receta.
Las guerras chechenas, uno de los principales escollos de la política de Moscú, los atentados terroristas y el crimen organizado han fabricado un nuevo monstruo, una excusa para ampliar el poder de este ex espía del KGB y pervertir el aparato democrático del país.
A través del miedo Putin ha creado un Estado post-soviético a su medida, que no entiende el desacuerdo ni la pluralidad de ideas. Según uno de sus opositores más destacados, el campeón de ajedrez Gary Kasparov, el presidente de Rusia exalta el peligro terrorista para construir mecanismos de opresión y utilizarlos contra sus adversarios políticos. Para Putin, la disidencia debe ser eliminada. Lo hemos visto esta semana con sendas manifestaciones reprimidas en Moscú y San Petersburgo:
Los casos de la periodista Anna Politkovskaya, asesinada en octubre de 2006, y del ex espía Alexander Litvinenko -envenenado en Londres con polonio 210- ocuparon las portadas de los diarios de todo el mundo. El vínculo entre las muertes de ambos opositores y Vladimir Putin ha rondado sobre el Kremlin, aunque no existan pruebas que impliquen directamente al presidente ruso. Lo que sí está claro es que las desapariciones de Politkovskaya y Litvinenko han debido mejorar la calidad del sueño del mandatario.
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Entrevista a Gary Kasparov (DER SPIEGEL-en inglés)