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domingo, abril 15, 2007

Es el miedo, idiota


El miedo es una de las armas más antiguas y poderosas para someter la voluntad de los individuos. Pertrecharse tras amenazas externas, reales o imaginarias, ha dado carta blanca a regímenes y a grupos políticos de todos los colores a lo largo de la Historia. Lo vemos en los partidos nacionalistas y su repudio a un invasor inventado, destructor de la cultura autóctona. También en las dictaduras comunistas de medio planeta, para quienes el capitalismo, la religión o los derechos individuales suponían una peligrosa plaga. Los nazis se valieron de un artificial contubernio judío y comunista para blindar su ideología del odio y el fundamentalismo islámico acusa a Occidente de reducir la moral a escombros y subyugar al mundo árabe.

El llamado "mundo libre" no escapa a estas estrategias. El miedo a nuevos ataques terroristas tras el 11S, justificado en mayor o menor medida, ha mantenido hasta hoy a George W.Bush en la Casa Blanca, quien ha aprovechado la psicosis de sus compatriotas.

Pero sin duda su homólogo ruso ha sabido valerse más eficientemente de esta situación. Rusia no es la cuna de las libertades y nunca ha disfrutado de un sistema político con garantías, al estilo de Europa o EEUU. Eso ha permitido a Vladimir Putin perpetuarse al frente del Kremlin recortando los derechos de los ciudadanos. Si Bill Clinton empleó el eslogan "Es la economía, idiota" como la simplificación de la labor de un buen gobierno, el líder ruso parece inclinarse por el miedo como base de la receta.

Las guerras chechenas, uno de los principales escollos de la política de Moscú, los atentados terroristas y el crimen organizado han fabricado un nuevo monstruo, una excusa para ampliar el poder de este ex espía del KGB y pervertir el aparato democrático del país.

A través del miedo Putin ha creado un Estado post-soviético a su medida, que no entiende el desacuerdo ni la pluralidad de ideas. Según uno de sus opositores más destacados, el campeón de ajedrez Gary Kasparov, el presidente de Rusia exalta el peligro terrorista para construir mecanismos de opresión y utilizarlos contra sus adversarios políticos. Para Putin, la disidencia debe ser eliminada. Lo hemos visto esta semana con sendas manifestaciones reprimidas en Moscú y San Petersburgo:



Los casos de la periodista Anna Politkovskaya, asesinada en octubre de 2006, y del ex espía Alexander Litvinenko -envenenado en Londres con polonio 210- ocuparon las portadas de los diarios de todo el mundo. El vínculo entre las muertes de ambos opositores y Vladimir Putin ha rondado sobre el Kremlin, aunque no existan pruebas que impliquen directamente al presidente ruso. Lo que sí está claro es que las desapariciones de Politkovskaya y Litvinenko han debido mejorar la calidad del sueño del mandatario.


Enlaces relacionados:
Berezovsky afirma que trama un golpe de Estado contra Putin (EL PAÍS)
Rusia: perfil (BBC-en inglés)
Entrevista a Gary Kasparov (DER SPIEGEL-en inglés)

jueves, abril 12, 2007

El precio del poder

La clase política enseña sin querer la patita por debajo de la puerta. Los partidos se ocupan de perfeccionar la ingeniería mecánica del poder. Lo han hecho a través de estatutos regionales que poco o nada han interesado a los ciudadanos y que contribuyen a entorpecer las relaciones entre el individuo y la Administración. Cualquier cosa con tal de amurallar a una clase política cada vez menos cualificada pero con ansias desmesuradas de control.

A algunos, como Miguel Sebastián -el poco prometedor candidato del PSOE al ayuntamiento de Madrid-, se les ve el plumero con demasiada facilidad. Estarán conmigo en que de una televisión pública plural, abierta e independiente del poder político, a una cadena en la que "Rafa" Simancas hace y deshace a su antojo hay un trecho demasiado largo. Es el precio del poder, nada debe escapar a su control.

miércoles, abril 11, 2007

La dictadura de la muerte


Con los cadávares de los terroristas suicidas de Casablanca aún humeantes, la red fanática Al Qaeda ha vuelto a sembrar de muerte el Magreb. En dos días el fanatismo terrorista internacional nos ha recordado lo fuerte que se está haciendo al otro lado del Mediterráneo, a escasos kilómetros de la costa de España.

Argelia ha sufrido el último zarpazo del islamo-fascismo, pero el desafío no es local sino que afecta a la libertad de cada uno de nosotros. Es la ventaja de diseñar una franquicia global del horror, bajo la que puede ampararse cualquier grupo de asesinos. La marca "Al Qaeda" es uno de los mayores logros del islamismo terrorista, una estrategia propagandística que actúa como un mazazo contra las sociedades occidentales. Nadie se arriesga a aventurar por dónde se asomará la serpiente de las mil cabezas la próxima ocasión.

Al menos el mensaje debe mantenernos en alerta: Al-Andalus y las plazas de Ceuta y Melilla ha sido marcados como frontera hacia donde extender la dictadura de la muerte.

jueves, abril 05, 2007

Orwell estaba en lo cierto

El hombre nunca ha estado tan vigilado. Se impone la dictadura tecnológica con todo su poder coercitivo. Mientras los gobiernos occidentales cacarean el progreso de las libertades individuales se estrecha más y más el control sobre el ciudadano.
Paradojas del avance científico.

El poder y quienes lo ostentan siempre han perseguido un objetivo: desentrañar lo que piensa el individuo, para amoldarse a su voluntad o bien para modificarla. La alta tecnologización de nuestro modo de vida nos ha acercado a la sociedad del Gran Hermano, el dictador que todo lo ve y que George Orwell retrató en su novela 1984.

Bases de datos en las que se recoge nuestro código genético, rastros en internet, máquinas capaces de interpretar los pensamientos...La amenaza del terrorismo global ha aumentado la necesidad de blindar nuestras sociedades y controlar exhaustivamente a los elementos sospechosos.

En Gran Bretaña más de 4 millones de cámaras recogen los movimientos de los ciudadanos y es prácticamente imposible escapar a su objetivo. En pocos años, la tecnología de reconocimiento facial será una realidad y los dispositivos vigilarán las calles desde postes o farolas. El mundo imaginado por visionarios como Phillip K. Dick o el propio Orwell asoma a la vuelta de la esquina. La tecnología está al servicio de nuestra seguridad y les pone las cosas muy difíciles a los terroristas. Pero, ¿qué ocurrirá cuando esa maquinaria se emplee para espiar a los ciudadanos, para conocer sus gustos con fines electorales o comerciales?